lunes, 14 de junio de 2010

En el pueblo de mi abuelo


Así era el pueblo de mi abuelo, ahora el mío, toda la gente se conoce y cuando alguien muere, las mujeres toman la cocina de la familia doliente y se avocan a cocinar para los asistente del velorio; el café no falta toda la noche. La compañía a toda la familia se hace perenne, y es consuelo en estos momentos difíciles, amanecen ahí. Y cuando hay que llevarlo al cementerio, los hombres no dejan que lo suban a esas carrosas fúnebres ( falta de respeto y amor, sienten ellos). Los hombres de este pueblo creen que lo menos que pueden hacer es ponerlo en sus hombros (todo un honor dicta la tradición) y llevarlo a su última morada. Así muestran su respeto, su cariño y estima.
El cementerio es de todos aún, lo donó la Cooperativa y lo administra la Asociación del pueblo, que de vez en cuando hace rifas y actividades para darle mantenimiento.
La tumba: Los mismos hombres la fabrican con sus manos y los materiales que los dolientes proveen.
En la capital los entierros son diferentes!!!